PERSPECTIVAS DE LA PRESA COLOMBIANA
En
esta ley (LEY 29 DE 1944) es despectivo marcar la eterna discusión de dos
conceptos aparentemente contradictorios, pero complementarios: libertad de
información y responsabilidad social. La Constitución de 1991 contempla un
conjunto de normas, que, bien aplicadas, permitirían combinar, en beneficio de
todos los colombianos y no de unos cuantos grupos o personas, los dos
conceptos. El artículo 20 establece que no habrá censura, que los medios son
libres, pero tienen responsabilidad social, que existe la libertad de informar,
pero también el derecho a recibir información veraz e imparcial. El artículo 73
señala que la actividad periodística gozará de protección para garantizar su
libertad e independencia profesional. Y el artículo 75 dispone que para
garantizar el pluralismo informativo y la competencia, el Estado intervendrá
por mandato de la ley para evitar las prácticas monopolísticas, en el uso del
espectro electromagnético.
Hoy
en día los peligros para la libertad de prensa no radican en la posibilidad de
que un gobierno atrabiliario mande censores a las redacciones de los periódicos
en el momento del cierre para que pongan o quiten titulares (como en los años
cuarenta y cincuenta), o que organice una operación de salvamento para ayudar
económicamente a un periódico cercano al Ejecutivo, o que se encarcele a
periodistas por razón del oficio, o que abiertamente se clausuren medios de
comunicación.
En
mi opinión lo relevante de la discusión es indagar si los cambios en la
estructura de propiedad han tenido un impacto ambiguo. Por ejemplo si los periódicos
que lograron ventaja en la competencia por un mercado local lo hicieron
desarrollando prácticas periodísticas que tuvieran acogida en el público o en
general, tuvieron que mantener una actitud relativamente independiente frente a
las autoridades, y desarrollar estrategias de denuncia e investigación que
desbordaran las de sus competidores. Si acostumbraron al público a un
periodismo que no pierde oportunidad de mostrar corrupción o insuficiencia en
la acción del Estado, y si no han abandonado esta orientación. En su afán por
consolidar este tipo de publicaciones, han generalizado la existencia de
equipos de investigación. Como una parte importante del público ha ido
desarrollando, por otra parte, una actitud de escepticismo frente a los medios,
han hecho esfuerzos para ganar credibilidad, como el nombramiento de defensores
del lector, televidente, etc. que buscan aclarar los casos en los que el
periódico o canal televisivo falla en la calidad de su información.
Sesgos
informativos muy evidentes no son ya comunes, pues provocarían un rechazo muy
amplio de grupos numerosos usuarios de los sistemas informativos. Y en cuanto a
la expresión de opiniones, los medios han evolucionado hacia la búsqueda de
columnistas que cubran un abanico amplio de posiciones ideológicas: el medio
homogéneo no resulta viable en medio de una decadencia general de la intensidad
del vínculo de los ciudadanos con sus partidos políticos.
En
conjunto, los procesos de los últimos años han consolidado la independencia de
la prensa frente al gobierno, la han hecho –con razones que probablemente son
válidas y pueden luego protegerla de otras interferencias- ligeramente más
vulnerable a restricciones de tipo judicial y la han transformado al
convertirlas en empresas sólidas con una visión menos centrada en lo
estrictamente periodístico. Si uno compara los medios de estos años con los de
hace 50 años, encuentra que en vez de prensa de partido, sesgada y unilateral,
se trata de medios que tratan de ocultar al máximo sus sesgos y preferencias y
en vez de presentar al público una imagen ideológica clara y una posición bien
definida, tratan de que se les reconozca como medios neutrales, con una
información objetiva y con columnistas de opinión que cubran un amplio espectro
ideológico.
Sin
embargo, si la represión estatal es mínima y más bien informal, y si los
riesgos del ordenamiento legal, y de un sistema judicial que tiende un poco a
creer que su función es definir como debe ser nuestra sociedad, son remotos,
las amenazas de los particulares, de los delincuentes, de las organizaciones
armadas no estatales, son muy serias: los periodistas son víctimas no tanto del
estado como de la sociedad civil. Esto ha obligado a los medios a actuar con
energía insólita y ha convertido el heroísmo en requisito para el ejercicio de
la prensa en ciertos sitios. En este aspecto, los medios colombianos han tenido
una historia notable y recomendable, y no han cedido ante las presiones más
fuertes y evidentes.
Pero
es igualmente cierto que el derecho de los ciudadanos a recibir una información
que cumpla con los requisitos de una sociedad democrática, completa, veraz,
imparcial, no se cumple en forma del todo satisfactorio y que la calidad
profesional y ética de los medios de comunicación es desigual. La tendencia a
convertir, a veces con la complicidad interesada de las víctimas, la vida
privada en tema central de la información es perturbadora… El desplazamiento de
la información relevante para el orden democrático por una información frívola
y sin peso, que ocupa cada vez más espacio, y que da el carácter a los noticieros
de televisión, es inaceptable aun si es basada en el principio de contar
historias.
En
términos globales, la calidad misma de la información, el cuidado de los datos,
la capacidad para verificar las remisiones de las oficinas públicas, es muy
variable. Factores empresariales, condiciones de trabajo de los periodistas,
búsqueda de determinados públicos, atención a problemas de mercado, sesgos
gremiales, calidad profesional, y muchos otros factores influyen en esto. Ante
estas limitaciones de calidad, que por lo demás se presentan en forma similar
en todas las sociedades modernas, surgen a veces tendencias que piden una mayor
regulación estatal o privada de los medios. Pero en las circunstancias actuales
del país, hay que insistir en conservar e incluso reforzar la independencia de
los medios de cualquier intromisión del gobierno y la precisa delimitación de
las relaciones entre los medios y los particulares, en especial en lo relativo
a los derechos al buen nombre y la honra, que sin duda deben mantener su
protección frente a medios cada vez más interesados en la vida privada de las
personas. Y al mismo tiempo subrayar la prioridad de mejorar la calidad de la
información, de ofrecer a la ciudadanía una información cada vez más compleja y
contextualizada, imparcial, completa y veraz. Pues la calidad final de la
democracia, de las decisiones democráticas, depende, como lo señalaba en las
palabras iniciales de este texto, del acceso de los ciudadanos a una
información adecuada.
Los
problemas del futuro serán sin duda como diferenciar la oferta de información,
de manera que se creen medios que respondan a los diferentes nichos sociales, a
los diferentes niveles de exigencia de información. Es posible que Internet
ofrezca algunos elementos de solución, en la medida en que libere algo a los
periodistas de las exigencias económicas que estimulan hoy unos medios
obsesionados con elevar su volumen de circulación, en un proceso que está
haciendo primar el entretenimiento sobre la información. Pero lo que debe
tenerse presente, es que la calidad de la democracia está y estará siempre muy
relacionada con la calidad de los medios, viejos y nuevos, con su independencia
y su capacidad de ofrecer en conjunto a los ciudadanos una oferta, no de
recreación, sino de información amplia, completa y realmente pluralista.
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